Todos los que creen en Cristo, sin importar pueblo o raza a que pertenezcan, reciben la invitación que cambia y transforma su vida radicalmente: "Un llamado a la santidad", lo que significa sobretodo, en el lenguaje del Apóstol San Pablo, "pertenecer y estar consagrados a Dios por el Bautismo", y por fuerza de esta consagración, hacerse santos personalmente.
La Santidad es igual que la salvación, es ofrecida a todos los hombres: "Porque yo soy Yavé, Dios de ustedes, santifíquense y sean santos, pues Yo soy Santo". (Lev. 11,44), había dicho ya Dios al pueblo de Israel; y Jesús puntualizó: "Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre Celestial. (Mat. 5,48).
Jesús no dirigió estas palabras a un grupo escogido de personas, ni las reservó a sus Apóstoles o a sus íntimos, sino que las proclamó ante la multitud que le seguía.
Llamado a la Santidad - Imagen Laus Deo |
La Santidad no consiste en empresas extraordinarias, sino que se reduce a la línea del deber, y por lo tanto está al alcance de todas las personas que aman al Señor.
Pero este cumplimiento de las obligaciones debe ser exacto y constante. Exacto: sin negligencias, solícito siempre por agradar a Dios en cada acción, dispuesto a abrazar con amor todas las expresiones de su voluntad. Constante: en todas las circunstancias y situaciones, aún en las menos fáciles y gratas, aún en los momentos oscuros de tristeza, cansancio y aridez; y esto se hace día tras día.
La esencia de la Santidad consiste en la perfecta unión con Dios.
Nunca nos convenceremos suficientemente de que el camino derecho para llegar a la Santidad es el señalado por Dios mismo y no el elegido a nuestro talante. O el hombre se hace santo a modo de Dios o no se hará santo de ninguna manera; o se deja llevar por Él, o nunca llegará a la meta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario